Una chica y las bandoleras
DARÍO FRITZ
Quizá haya lugares donde un hombre de civil entre al baño y se lave la cara displicente sobre el lavabo mientras su arma, una Mini Uzi, asoma jactanciosa dentro de una bandolera hecha a su medida. Tan corriente la situación como uno puede entrar allí con su mochila de viaje colgada al hombro. Quizá haya lugares donde ese mismo hombre camine sereno entre los clientes de un restaurante amplio, y se acerque a la mesa donde otros dos, que también portan bandoleras similares con sus Uzi, ya desayunan carne de puerco y pollo, la especialidad del lugar. Quizá esté normalizado en algunos sitios que esos señores se sienten en mesa contigua a la principal donde una veinteañera, con rasgos de influencer de Instagram, y tres más de su edad, platican y se hacen fotos, mientras otra bandolera con su Uzi a la vista cuelga del respaldo de la silla mientras su propietario -ropa de negro y sonrisa impostada- los observa constante desde la cabecera entre bocado y bocado. Quizá para el restaurante se trate de una garantía de seguridad para sus comensales -el lugar no lo tiene- y para los comensales, como en mi caso, un modo de sostener la concentración en los alimentos y la conversación con las compañías de ocasión, sin mirar a los costados y a la espera de que aquello se mantenga en la paz del escaso bullicio, recortado por momentos por el ronquido de los tráileres que circulan sobre una carretera. Quizá uno se pase de iluso y descubra tarde estos apuntes de la cotidianidad, cuando en realidad es lo habitual.
Las Uzi que portaban los cuatro hombres, israelíes en apariencia -salvo uno sacado de alguna antigua oficina de la policía judicial-, apariencia porque no iba a acercarme a consultarlo, guardaban una discreción propia de su tamaño, aunque nunca escondida, como diciendo aquí estamos. Distribuidas en una esquina del restaurante, junto al área de juego de los niños, con el dominio de los cuatro puntos cardinales, eran la exhibición brutal de capacidad de fuego, aunque la muchacha y sus amistades no fueran motivo de algún interés siniestro.
Uziel Gal, un mayor de las fuerzas armadas israelíes, creó esta subametralladora que llevaría su nombre, después de la guerra contra los árabes de 1948. Su sencillez, bajo peso, tamaño -se dispara con una sola mano-, precisión y versatilidad para actuar en distancias cortas y largas la han hecho un producto de exportación -unos dos mil millones de dólares- para ejércitos, policías y cuerpos de seguridad en todo el mundo. Las Uzi forman parte de la venta israelí de armas, con 2.4 por ciento del mercado mundial. Alimentan tanto la propia política de ocupación y crímenes israelíes en Gaza y Cisjordania, como en menor medida pueden verse en un pacífico desayunador carretero cercano a la ciudad de Querétaro.
¿Cuántas Uzi ingresan a México de manera legal o ilegal? Imposible de cuantificar. Los cálculos más conservadores hablan de 200,000 armas de todo tipo que ingresan al país por año a fin de alimentan una violencia que no conoce de retrocesos. Carteles del narcotráfico y particulares compran todo tipo de armas en Texas, Arizona y California, principalmente, -hay casi 78,000 armerías en Estados Unidos-, y entran por ciudades como Agua Prieta, Nogales y Querobabi, según datos oficiales. El 74 por ciento son de manufactura americana, por eso se han abierto desde 2021 dos demandas del gobierno de México contra los gigantes de la industria del armamento, que esperan resolución de la Suprema Corte estadounidense. Una resolución en el contexto de la presión que Donald Trump hace a sus aliados en la OTAN para que europeos y canadienses se rearmen, con las armas que ellos, obviamente, les venderán -tienen el 42 por ciento del mercado mundial.
Con 150,000 autos que cruzan a diario la frontera desde Estados Unidos, resulta imposible cualquier control absoluto de las armas, pero hay herramientas acordadas en 2008 como parte de la Iniciativa Mérida, como utilizar el sistema eTrace -sistema electrónico para rastrearlas-, que ayudaría a conocer y perseguir el destino de las transacciones, pero que hasta hace un año no utilizaban diez estados.
Cómo no entender así que se coloquen minas antipersonas y hagan estallar soldados por el aire; que con esas armas se dispare a helicópteros militares; se mueva droga, secuestrados o huachicol; se controlen carreteras, pueblos y hasta ciudades.
Si el refrán de que las armas las carga el diablo está en lo cierto, podríamos decir que nos tienen rodeados. Indefensos. Mejor actuemos como en el desayunador de la carretera. Sabemos que están, pero ni miremos ni levantemos polvareda.
@dariofritz.bsky.social
