Navegar a contracorriente
Darío Fritz
Hay cosas extrañas, confusas, que no se explican o no se quieren esclarecer. En la noche del viernes pasado, un centenar de personas sacaban a la calle cajas, bolsas, objetos de una fábrica centenaria en Ciudad de México, ante la presencia policial. Todo operaba bajo la clandestina ejecución del saqueo. Nadie informaba con claridad, solo testificaban filmaciones de transeúntes subidas a redes sociales—no había medios de comunicación, por supuesto—, hasta que al día siguiente la policía capitalina informaba que se cumplía con una orden judicial de desalojo, vigilada por un actuario. Ni la secretaría de Gobierno de la ciudad ni la Alcaldía dijeron saber de qué se trataba. Para sumar mayores dudas, la empresa perjudicada dijo que fue una invasión y robo a su propiedad, y se consideró víctima de las extorsiones del crimen organizado y de autoridades corruptas. Lo último en conocerse fueron imágenes del lugar vacío al día siguiente, sin sellos judiciales ni nada que identificara algún tipo de acción administrativa legal. Sin más explicaciones sobre la orden judicial, la identificación de los saqueadores o quién se llevó la mercadería, la información murió en cuarenta y ocho horas.
Son gestos, una vez más, de la indefensión ciudadana que acrecienta las dudas sobre la transparencia gubernamental. Como le ocurre a quienes son víctimas de la usurpación de su propiedad con la mirada complacientes de autoridades ministeriales y judiciales, cuando las investigaciones sobre secuestro, desapariciones, extorsiones, crímenes, entran en el limbo de la desidia, ante la impunidad de los sicarios seriales que se llevan las vidas de quienes estorban a sus jefes, la imposibilidad de transitar calles o carreteras a determinadas horas de la noche, o ante las trampas permanentes para los enfermos que no reciben las medicinas que el sistema de salud promete abastecerles.
A cualquier autoridad y gobierno, estos tiempos se le hacen fáciles para imponer y doblegar resistencias que provengan de la gente de a pie. La desorganización y las flaquezas colectivas, consecuencia del aislamiento individual en el que nos vamos aclimatando, cultivan esa facilidad para despejarles el camino hacia una disciplina del silenciamiento o de las arbitrariedades sin consecuencias.
En una escala mayor, la calculada exhibición de poder desenfadado y tiránico de Donald Trump sobre los estadounidenses y para quienes le son adversos a sus intereses fuera de sus fronteras -arrojarle migrantes y amenazas económicas en el caso de México-, no son más que esa misma expresión de disciplinamiento y arbitrariedades locales a nivel global. Y con las peores maneras. Alguien, al que la política y la justicia le permitieron que no fuera enjuiciado luego de su comprobada participación en enero de 2020 de alentar a una turba para mantenerse en el poder por la fuerza, bien puede considerarse apto para acabar con el derecho de minorías, menospreciar naciones, castigar adversarios, liberar criminales o aplicar la ley del garrote del más fuerte. No es en vano que sus adláteres provoquen con saludos nazis como Elon Musk o promuevan la persecución de oponentes de izquierda, como Javier Milei. Cada vez y con mayor profundidad habrá que mirar los modos y maneras de la explosión del fascismo europeo de hace un siglo.
Para el ciudadano de a pie corren tiempos de voces en el desierto, de navegar a contracorriente, de cultivar resistencia. Algunos podrán decir que lo mejor será no saber del todo en qué mundo nos toca vivir. Pero “tenemos que vivir, no importa cuántos cielos hayan caído”, nos recuerda la frase de D. H. Lawrence. Después vendrán los tiempos de la sobrevivencia y examinar cómo le hicimos.
@dariofritz.bsky.social
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