Silencio, adolescentes
Darío Fritz
Nadie nace sabiendo cómo ser padre. Como tampoco nadie nace sabiendo cómo ser adulto. ¿Cómo hacerse viejo? Confrontar con los hechos y la realidad curte la rutina de hacernos a las respuestas y entrar en acción. Es como ingresar al cine con la película empezada. Nos adaptamos al ritmo de los diálogos y las escenas para entender de qué va, sin tiempo para preguntarnos qué nos perdimos. Estamos ya inmersos en ella. ¿Alguien nace sabiendo cómo ser adolescente?
La complejidad de abordar la inexperiencia nos hace dudosos y temerosos, aun cuando en el caso de la vejez existan muchas armas acumuladas como para encontrar respuestas. La adolescencia puede ser tan compleja como confusa, oscura, desordenada y hasta intangible. ¿Quién sabe qué pasa por su cabeza?, bien puede decir una madre, sin respuesta a los enigmas de por qué hubo un arrebato de enojo, el encierro por horas en la habitación o la negativa a estudiar. En la novela Las vírgenes suicidas, de Jeffrey Eugenides, Cecilia Lisbon, de 13 años, intenta suicidarse cortándose las venas en la tina del baño. Salvada por la rápida respuesta de dos sanitarios que llegan a la casa, en el hospital el doctor Armonson la declara fuera de peligro. Al despertar le acaricia el mentón con gesto de compasión y le pregunta “¿Qué haces aquí, guapa? Si todavía no tienes edad para saber lo mala que es la vida”. La muchacha no le responde agradecida, sino convincente: “Está muy claro, doctor, que usted nunca ha sido una niña de 13 años”. Con facilidad se nos enreda en la memoria lo que fuimos a esa edad.
En la serie inglesa Adolescencia, que bien puede ser el hallazgo televisivo del año (Netflix) –los británicos se la han tomado tan en serio que la exhibirán en sus escuelas preparatorias–, el crimen de género que sigue toda la trama no hace más que aguijonear todo el tiempo qué tanto los padres comprendemos a los hijos en ese territorio árido que va de la niñez a la adultez, qué tan capaces somos de leer sus necesidades. Qué tanto sabemos de sus angustias y deseos, qué tanto de la orfandad que sienten en el bullying escolar, las primerizas frustraciones amorosas o la incapacidad para destacar en el deporte o una actividad artística como puede exigírseles. Y aunque los padres –magnífico Stephen Graham, el de Al Capone en Boardwalk Empire, como el papá trabajador, recto, apapachador, sensible– no encuentren respuestas y caigan en el convencimiento de haber hecho todo lo posible por él –así como mata a una compañera por resentimiento, podría ser un adicto de 13 años a las redes o el fentanilo–, tendrán que sobrevivir con la culpa en sus entrañas por más resilientes que pretendan mostrarse como familia ante el dolor de un hijo creciendo entre barrotes y las acusaciones insidiosas de sus vecinos.
El drama y la complejidad de la paternidad, hacen poderosa a Adolescencia, pero también la inmersión de sus personajes que bien ponen a la audiencia en la piel del Stephen Graham padre –enojado y frustrado desde un principio, contenido incluso para expresar todo eso en un bote de pintura arrojado contra su propia camioneta–, que de alguna manera se introduce en los oscuros secretos adolescentes del seductor Jamie Miller –Owen Cooper parece un actor de los quilates del propio Graham–, o en la psicóloga (Erin Doherty) que destapa al Jekyll y Hyde que lleva adentro el chico.
En México hay mucha muerte de gente joven, un promedio de más de 2,200 homicidios infantiles entre 2018 y 2024, según la Red por los Derechos de la Infancia en México (Redim). El Censo Penitenciario 2024, del Instituto Nacional de Geografía y Estadística (INEGI), reportó casi 1,000 menores de edad presos. ¿Cuántas de sus historias pueden contribuir a otra Adolescencia?
Sobre el final de Las vírgenes suicidas, después de conocerse la muerte de varias adolescentes, en una fiesta que buscaba olvidar entre los asistentes esa carga de frustración en el pueblo, alguien cayó por accidente a un lago. Los amigos lo evacuaron, pero intentó regresar al agua. “¡No lo entienden! ¡Soy adolescente, tengo problemas!”, dijo. Y una mujer que estaba allí lo reprendió: “No grites, que te van a oír”.
@dariofritz.bsky.social
[email protected]
